Amadísima hermana mía.

Tantos años de desencuentros no han mellado mis sentimientos hacia vos.

Siempre has sido mi pequeña hermanita.

De adolescente, durante tu matrimonio, siendo madre y abuela, siempre fuiste mi hermanita.

Con arrugas en tu rostro, el cabello teñido y tus ojos sufridos, aún eres mi hermanita.

Nunca fui el hermano que necesitabas creciendo en un mundo tan hostil.

Las distancias, las necesidades y las circunstancias hicieron lo suyo. Nunca tuviste el hermano que esperabas.

No puedo evitar recordarte, soñarte y sentirte con amor.

No importa cuánta agua ha corrido bajo el puente, siempre tengo ansias de quererte.

A pesar de tus amores y desamores, tus hijos y tus nietos siempre serás mi amada hermanita.

Pase lo que pase, nadie podrá sentir las vivencias que compartimos, las emociones que vivimos y los sueños que no supimos o no pudimos concretar.

Hoy te vengo a pedir, un pedido especial que no debes contestar sin pensarlo previamente.

Sin consultarlo con tu mente, sin evaluarlo con tu corazón.

Hoy te vengo a pedir: permiso para amarte.

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