Dicen que salir del dolor es un camino lento, un proceso.
No se…
Me propuse cumplir estrictamente los preceptos el duelo el primer año.
En dos semanas de cumplir el año y el fin del duelo (al menos el formal) me encuentro escribiendo estas líneas escuchando música de Ciao Italia Radio.
Que extraña el alma humana, destrozada, doliente y deprimida, se reencuentra con lo mejor de si misma cuando uno menos se los espera.
Ya no siento esas ganas de morirme, de no ver a nadie ni de sufrir mi duelo.
Me parece que en cierto momento me enamoré del duelo. De estar encerrado en mi dolor y sentir compasión por mí mismo.
Me imaginé que iba a estar unos cuantos años así, rechazando todo lo que suene a felicidad y placer.
La pandemia y el aislamiento, lejos de empeorar mi situación… creo que ayudó. Tuve mucho tiempo para estar conmigo mismo.
Convivir días enteros con mis miedos y fantasmas durante tantos meses han dejado su huella positiva.
Me he dado cuenta de que, a pesar de todas las desgracias, en el mundo siempre hay alguien a quien puedo ayudar y sólo por ello vale la pena estar bien.
Y para ayudar a otros lo primero es estar bien uno mismo.
He conocido muchas historias que también me han ayudado a comprender la fragilidad de algunos y la fortaleza de otros.
El egoísmo de algunos y la solidaridad del resto.
Del valor de lo que decía Sarita todos los días de su vida: “Solo el amor salvará al mundo” (lo aprendió de mi)
No se si lo leí o alguien me dijo que el dolor de un duelo es como una daga incrustada en el pecho.
En algún momento tu cuerpo se acomoda para que el puñal no duela, pero un movimiento inesperado y de pronto, de la nada, uno siente una punzada profunda. Un escalofrío que recorre el cuerpo de una punta a otra.
¿Cómo comencé este camino y como llegué hasta aquí?
Cuando se suicidó Talia, hace ocho años, mi duelo duró tres años.
Esta vez, con Sara, me prometí que iba a recordarla con alegría, que no iba a permitir estar paralizado por la tristeza.
Obviamente, fracasé y lloré su muerte amargamente, me deprimí muchísimo, me encerré y sufrí como el mejor.
Para peor se revivió el duelo por Talia y me convertí en padre huérfano por partida doble. Cambié de estrategia.
Acepté todas las consecuencias del duelo y las traté a cada una como un ente separado.
Angustia: ¡bienvenida!
¿Qué puedo hacer para aliviar tu presencia? Llorar, profunda y amargamente! Sin tapujos ni remordimiento.
Después de una hora de llanto, el alma se siente como un cuerpo que ha transpirado profusamente después de un fuerte ejercicio.
Tristeza. ¿Como se hace para convivir contigo? A la tristeza no es fácil engañarla. Se mete en tu vida como un gato mimoso y te acompaña a todos lados.
Yo la entretuve con juguetes. Me fui rodeando de pequeños lujos: un helado, una pequeña caminata, un té sentado en el balcón al atardecer, un pan amasado en casa.
Un par de sábanas nuevas. Un buen perfume en la cara antes de ir a dormir. Y ese tipo de cositas que te despiertan una sonrisa.
Luchar contra la tristeza es una batalla perdida. Convivir con ella, se puede.
Por otro lado, nada de diversión, de fiestas, de bares, restaurantes y encuentros sociales. Nada de ropa nueva ni ostentación.
Y todos los días dos oraciones, una para agradecer y otra para recordar.
La excusa era la pandemia, pero en realidad era, principalmente el duelo, el respeto a mis raíces judías y sus tradiciones que limitan las actividades de diversión y entretenimiento durante doce meses.
Los misterios del alma nadie conoce y no puedo saber que me depara el futuro. Tendré nuevas recaídas? Volveré a ser feliz? Podré reír a carcajadas’ Podré amar a alguien?
Nada viene sólo. Lo que somos es el producto de un trabajo continuo sobre uno mismo, aún en los momentos complejos. Sin parar.
La tristeza, la angustia, el dolor, la depresión, la desesperación y todos sus compinches están siempre en alerta esperando pacientemente encontrarnos vulnerables, con las defensas bajas para tomar el control de nuestra vida.
Especialmente entre gente que ha perdido un ser querido por suicidio.
Un pequeño detalle. No hubiera llegado sin ayuda terapéutica, incluyendo medicación para la depresión.

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