Quienes me conocen me admiran de mi capacidad de resiliencia.
De superar las crisis, las pérdidas y seguir en pie.
De ser fuerte a pesar de haber perdido casi todo lo que amaba.
De ser un ejemplo por imitar por no caerme ante la adversidad.
Nada fue gratis, todo tuvo un costo.
Cada golpe me quitó la poca alegría que me quedaba hasta el próximo golpe,
cada pérdida me hizo más fuerte pero más triste.
Cada desgracia me enseñó qué, como el cristal, uno puede ser duro y frágil a la vez.
Mis entrañas transformaron cada frustración en un desafío.
Cada pico por escalar se cobraba un poco de mi energía vital
Cada tragedia era una preparación para la siguiente.
Y así llegué de alguna manera a ser un sobreviviente.
Todos los sueños de amores, de emociones y excitación se fueron apagando
como se desvanecen las estrellas a medida que nace un nuevo día.
Todo lo que me conmovía ahora pasa a mi lado con indiferencia.
Perdí la ternura, mi sonrisa es superficial y el entusiasmo es mecánico.
Yo, que me conmovía de una hormiga cargando una brizna,
del olor de la lluvia mojando la tierra y arrastrando las hojas.
Que mi corazón se derretía ante una sonrisa ocasional,
me miro al espejo y solo veo una sombra.
El reflejo de una persona que fue y dejó de serlo.
de un ser con herramientas obsoletas para enfrentar un camino nuevo.
Un camino nuevo e incierto que no imaginé en mis pesadillas más oscuras,
Me he convertido en un vagabundo sin rumbo, un cuerpo sin sentimientos.
Primero fue mi primer amor que se esfumó como la niebla por la mañana.
Después un amor imposible que dejó una herida profunda en mí.
Le siguió la destrucción de mi matrimonio. Aquel que duraría por siempre.
Finalmente, mi último gran amor. Desapareció de mi vida como una lluvia de verano.
Siguieron mis amistades. Una a una fue cayendo.
Unas por enfermedades a temprana edad, otras por accidentes.
Algunas en la indigencia, otras en las drogas y el resto en el delito.
Los pocos que quedaron, se fueron consumiendo en vidas complejas de sufrimiento.
El golpe de gracia lo recibí con la muerte de Talia y de Sara. Mis amadas hijas.
Cada una con su historia de locura y ternura. Cada una con su libro abierto y sin terminar.
Cada muerte fue una agonía perpetua y un replanteo sinfín cada noche y cada mañana.
Mientras tanto el mundo sigue girando ignorante de mi pesar abismal.
Mi vida, tal como siempre lo fue, es una contradicción respirando.
Nunca perdí la paz que logré golpe a golpe.
Sigo siendo feliz a pesar de todo. Pero con una felicidad que sólo yo entiendo.
Un sentimiento carente de entusiasmo y gozo. Pero lleno de proyectos y metas.
Me sorprende y maravilla la complejidad de nuestras vidas.
Me asombra la capacidad que tenemos de aprender de las experiencias más extremas.
De darme cuenta de lo mucho que ignoramos y de las pruebas delante de nuestros caminos.
El misterio de la superación y el impulso que tenemos de no bajar los brazos.
A pesar de lo difícil que es construir y perderlo todo. De soñar y despertar en la oscuridad.
De pasar del amor profundo y cálido a la fría compañía de la soledad dolorosa.
De tener proyectos de vida a visitar frías tumbas. De cambiar caricias y abrazos por recuerdos y fotos.
Nada puede torcer la pulsión de nuestra existencia por vivir un día más. Esperando que mañana sea un día mejor.

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