Anoche, después de más de dos años que no salía, fui a cenar con Talia y Sara.

Me vestí con ropa nueva de pies a cabeza, elegant sport, como siempre lo hacía. Ni muy formal, ni muy deportivo.

Aunque nunca me lo dijeron, se que les gustaba que papá se viste con buen gusto.

En el mismo restaurant de siempre, el mozo que las conoce de niñas y la mesa que siempre ocupábamos: al lado de la puerta. Lejos del ruido, para conversar mejor…

El mozo se acercó a saludar efusivamente, con una amplia sonrisa, un fuerte apretón de manos y hablando con nostalgia de ellas.

Pedí lo de costumbre:

Coca-Cola en lata, pan árabe, kibbe y un bife bien cocido al carbón.

Mientras esperaba el pedido, tenía el celular cerrado, para disfrutar plenamente de la celebración.

Al levantar la copa, brindé con una sonrisa por ellas: “esto es por ustedes y para ustedes”

No voy a negar que era bizarro cenar solo frente a dos sillas vacías, sonreir, brindar y celebrar.

Pero nos merecíamos ese encuentro en un lugar lleno de luz, bullicio y clima de festejo.

Era lo que siempre hacíamos, con los aromas de la cocina oriental, los mozos de un lado a otro, el humo de la parrilla, picoteando pan caliente mientras llegan los platos y cruzando miradas y sonrisas mientras observábamos a los comensales vecinos y a los que iban entrando.

Me limité a observar las paredes con cuadros que siempre nos llamó la atención, a acariciar los blancos manteles; a escuchar el murmullo del resto de la clientela: parejas, familias y algún grupo de jóvenes amigos. Cada uno en su mesa sumido en su propio mundo ignorando al resto de la gente a su alrededor.

Terminé rápidamente mi cena, mi charla con ellas fue corta y simbólica. En realidad nos dijimos todo casi sin hablar.

Iba a pedir un café turco pero me pareció demasiado. Un café después de la cena es para compartir una conversación. No para tomarlo solo.

Cómo siempre: entre sonrisas cómplices. Realmente disfruté.

Después de despedirme de los mozos y el personal de la cocina, cargué mi mochila al hombro, mis recuerdos en ella y regresé caminando parte del camino a casa sintiendo que he vivenciado algo importante.

Lo único que extrañaba eran sus voces y sus pasos a mi lado, pero eso es una historia para otra oportunidad.

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