Esta es la historia de un niño común, de 10 años, que pudo ser tu hijo, tu hermano, tu primo, tu nieto o tu sobrino.
Un chico que jugaba a la pelota, a la mancha, las escondidas, las figuritas y las bolitas como lo hacían sus vecinos y compañeros de escuela.
En la escuela sólo soñaba en el momento que sonara el timbre para jugar en el recreo y para terminar el día jugando con sus vecinos.
Cazaba mariposas y criaba hormigas. De la calle juntaba tornillos, tuercas, ruedas y armaba cochecitos de juguete.
Le gustaban los animales y en su casa tuvo una perra, después un gato, una cotorra, un conejo, una tortuga, en fin… todo bicho que se le cruzaba.
Robaba centavos de los vueltos para comprar golosinas una vez por semana.
En el balcón plantaba papa, batata, cebolla, zanahoria y ajo. Se deleitaba viendo cómo crecían sus plantas hoja por hoja, día a día.
Cada vez que se acordaba de su perra desaparecida, lloraba compungido y sin consuelo.
En los momentos de ocio, se dedicaba a observar a sus vecinos:
El verdulero italiano que tuvo 5 hijitos, uno tras otro, con su esposa 40 años menor.
El almacenero, español, que tenía un gato enorme cuidando la entrada.
La vendedora de semillitas de girasol, árabe, que no sabía una sola palabra en castellano y sus pequeñas hijas la ayudaban haciendo de traductoras.
El doctor de la cuadra, judío, con sus dos hijas que iban un colegio privado y eran muy bellas.
La dueña del kiosko que atendía desde la ventana de su casa.
Y el carterista del barrio, un judío casado con una prostituta muy bonita. Ellos y su hijo de mi edad eran muy respetados. Sus padres ejercían, siempre, lejos de la vista de los vecinos.
La lavandera de la cuadra, María, cordobesa. Se deslomaba para mantener a su único hijo.
Este chico tenía cuatro hermanas menores y sólo sabía expresar su amor hacia ellas mortificándolas. Su padre sastre y su madre ama de casa sólo tenían dos preocupaciones, las mismas que tenían todos los de su generación: educación y comida.
De todos modos, lo que iba a cambiar, drásticamente su historia es el siguiente suceso:
Un caluroso día de verano, dos individuos lo atrajeron con engaños y lo secuestraron. Lo llevaron a un descampado y abusaron de él con un tercero que se les unió posteriormente. Difícil discernir cuáles eran sus objetivos. Si secuestraron al niño por un tema económico y de paso abusaron de él. O el propósito era el abuso y después veremos.
Las mentes enfermas tienen laberintos inescrutables para un ser común.
Detengamos un momento el relato para ubicarnos en tiempo y lugar.
Imaginemos a este niño. Diez años. Escuela primaria. Plena infancia. Inocencia total. En poder de tres adultos extraños. Llevado a un lugar desconocido. Amenazado, abusado sexualmente y con su destino incierto dependiendo de tres delincuentes.
Afortunadamente el cuento tiene un final feliz…
Después de haber sido abusado, cayendo la noche, los perpetradores se juntaron a debatir en un yuyal los pasos a seguir, descuidando la vigilancia. Lo único que tuvo que hacer el niño para desaparecer de la vista de sus captores fue sentarse, silencioso entre los yuyos y esperar que sus victimarios se cansen de buscar en la negra oscuridad de la noche.
El resto fue una seguidilla de evasivas, vergüenza, policía, juzgado, silencios, enterrar el caso como si nunca existió y convivir con una herida abierta.
Ese niño tiene nombre y apellido: Alberto Mariano Dorfman
Ese niño soy yo y sesenta años más tarde cuenta por primera vez a sus amigos y conocidos lo que calló durante tanto tiempo.
Teniendo en cuenta que las estadísticas demuestran que:
Uno de cada 6 niños será abusado antes de cumplir los 18 años.
Una de cada 4 niñas será abusada antes de cumplir los 18 años.
El 90% de las víctimas conoció con anterioridad a sus abusadores
¿Qué seguridad tenemos de que alguno de nuestros hijos, sobrinos, hermanos, nietos o primos no están callando un abuso actualmente?
¿Qué hacemos para evitar que nuestros amados niños no caigan en desgracia, con la facilidad de los abusadores de contactarse con ellos a través de las redes sociales?
La generación de mis padres no contaba ni con la información, ni la conciencia ni las herramientas actuales para proteger a sus hijos de estos peligros.
Sería bueno que cada uno de nosotros, medite el tema, se informe profundamente y actúe en consecuencia. Si no es por responsabilidad, por amor.
Paradójicamente el tema es tan actual cómo hace 60 años.
PD: el protagonista de esta historia no soy yo. Gracias a Dios este suceso no dejó secuelas traumáticas profundas en mí.
Los protagonistas de la historia son los chicos y chicas que están bajo nuestra protección. Que no repitan experiencias que pueden ser nefastas para la mente en formación de un niño o una niña.