Tengo una mesa en casa, no es una mesa cualquiera,

sino una mesa importante y cálida con mucha presencia.

Una mesa marrón oscura con pequeños surcos y pesada,

acompañada por ochos sillas alrededor y cuatro por las dudas.

Tenía grandes planes para ella y por un tiempo fue concurrida.

De a poco los afectos desaparecieron y la mesa se hizo grande.

Demasiado grande para una persona. Dejé de usarla.

Ahora la mesa sigue en su lugar. Su calor nadie acaricia.

Los platos ya no se escuchan, ni una lágrima le cae encima.

Apenas unos susurros ocasionales y un par de codos clavados.

A pesar de su soledad, de día o de noche, con luz u oscuridad,

un brillo sonriente refleja por donde se la mire.

Mi querida mesa… parece esperar estoicamente,

las conversaciones, las risas y los enojos.

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