Mi último aborto

Mi primera hija tenía 3 años cuando esperamos nuestro segundo hijo.

Al tiempo descubrimos que el bebé por nacer se contagió de una enfermedad que le daba una probabilidad del 70% de nacer con graves malformaciones congénitas y pocas chances de vivir.

Después de muchas noches sin dormir, de mucha angustia y desesperación decidimos abortar.

Éramos una pareja de clase media y nuestra posición económica nos permitió realizar la interrupción del embarazo en una clínica de renombre que nos prometía lo que se llama “un aborto seguro”

En la sala de espera todos estábamos con la mirada al piso. A lo sumo nos espiábamos de reojo. Cada uno de nosotros sumidos en la soledad que antecede a un momento de crisis.

Cada uno de nosotros éramos conscientes de lo que estábamos por hacer y no era momento para celebrar, nadie hablaba. Ni siquiera murmuraba.

Las palabras no tenían sentido.

A pesar de ser un hito trascendental en la vida de cada uno, en la clínica no vi alegría.

Un silencio absoluto reinaba en la sala.

La operación fue rápida y “limpia” no quedó rastros de nada. Pero en mi mente me imaginaba el proceso: desde que comienza hasta que se desechan los restos del feto. Esa película no pude superarla hasta hoy.

Ruth mantuvo su silencio por mucho tiempo y jamás volvió a ser la misma mujer llena de chispas, burbujas y ganas de vivir que era hasta ese momento, a sus 24 años.

Un velo transparente de tristeza cubrió su rostro y no desapareció aún en los momentos de alegría y felicidad posteriores.

Nunca más hablamos del tema y a los dos años nació Talia.

Crecimos, maduramos, vivimos juntos y vivenciamos muchas experiencias (psicólogos de por medio)

Quince años después, Ruth tuvo su primer intento de suicidio.

No tengo opinión sobre el tema “aborto”, no cuento con el conocimiento y la experiencia para opinar. Por ello cuento mi experiencia.

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