17 de marzo de 1992, mi experiencia personal

Ataque terrorista a la Embajada de Israel en Argentina

Ese día escuché una explosión desde mi trabajo en Lavalle y Esmeralda.

Acostumbrado a explosiones en las recurrentes manifestaciones en el Microcentro porteño y a que la tierra tiemble cada vez que pasaba el subte a Retiro, no le di importancia y me sumergí en mis tareas cotidianas.

Tranquilo, pues más allá de que se sabía que explotó una bomba en la Embajada, entendí que las fuerzas de seguridad se están ocupando del tema y mi presencia sólo iba a entorpecer su trabajo de rescate.

Todavía no tenía noción de la magnitud de la tragedia y la gravedad de la situación.

Pero recibo un llamado desesperado de Ruti, mi esposa en aquel momento. “Najshón: vení urgente a ayudar” “esto es un caos”Salí hacia allí, pensando que estaba exagerando.

La situación como muestra esta imagen, era desoladora. Reinaba la confusión y el desconcierto y nadie dirigía la operación de rescate. Cada uno hacía lo que podía: Bomberos, Policía Federal, voluntarios sin experiencia ni capacitación y para de contar.
No se dejaba pasar a la prensa y nadie sabía nada.

A esta hora se estaba buscando desesperadamente sobrevivientes bajo los escombros en una operación sin coordinación y sin metodología alguna.

Pura improvisación y buena voluntad.

No era hora de quejarse sino de colaborar. La zona estaba totalmente evacuada y acordonada.

Los edificios aledaños desiertos de sus moradores y todos con daños importantes.

Me dirigí a los periodistas que estaban en la zona para que pidan a la población que acerque materiales necesarios para seguir trabajando.

Faltaban cascos, palas, baldes, guantes, barbijos, carretillas, etc.

Todos estaban arrancando las piedras con sus manos sin haber descansado un solo minuto. Si comer, ni beber una gota de agua.

El trabajo se hacia lento y penoso, pero nadie aflojaba.

Formé un equipo de 6 personas que estaban ayudando. Acondicionamos la entrada de un edificio cercano a modo de cantina con una mesa y tablas para sentarse.

Eran muchachos de 20 a 35 años. Uno era mozo, el otro panadero, el otro albañil, otro empleado en una fábrica.

Gente sencilla, con una fuerza de voluntad y ganas de ayudar sin importar a quien.

Todos del Gran Buenos Aires, regresaban a sus casas después de un día de trabajo.

Camino a la estación de tren Retiro se encontraron con la tragedia y se olvidaron de sus familias, de sus casas y de sus trabajos.

Comencé mi peregrinación en busca de bebida y comida para repartir, pensando para mis adentros: “quien me va a dar nada a mí, pidiendo comida como un pordiosero?

”La realidad me sorprendió. El Supermercado Jumbo cercano, en la calle Esmeralda, llenó mi auto de bebidas, pan y fiambre para dar de comer a los efectivos que no probaron bocado todo el día y ya era medianoche.

“Mis chicos”, como yo les decía para mis adentros, en pocos minutos prepararon un lunch y al poco tiempo se agotaron los sándwiches y la bebida.

Los efectivos que desfallecían por falta de alimentos pudieron recuperarse y siguieron trabajando con mayor ímpetu.

Recibí el compromiso del Hotel Plaza y El Panamericano que

iban a donar toda la comida que necesite.

Entre Jumbo y los hoteles tuvimos provisiones durante tres días seguidos.

Nos dieron comida y bebida caliente. En algunas oportunidades ellos mismos traían la comida a nuestra improvisada “cantina”.

Durante estos días “mis chicos” no fueron a sus casas, ni se bañaron, ni pudieron contactarse con sus familias (recordemos que no había celulares), comían lo que sobraba.

Dormían de a puchitos en turnos, tirados sobre un cartón en el piso.

Al cuarto día fui al trabajo para ver cómo se las arreglaba Ruti en mi puesto. Apenas llego me llaman desesperadamente mis chicos: la Policía los está desalojando del lugar por la fuerza por intrusos.

Corrí a la cantina, que estaba a metros de la derrumbada Embajada y los chicos llorando desconsoladamente.

Los echaron como delincuentes. Los empujaron, les destruyeron las precarias instalaciones que improvisamos y más que nada los humillaron.

Después de haber brindado tanto sin pedir nada. “Alberto: hablemos con el Embajador de Israel. No queremos nada, sólo que alguien nos de la mano y nos diga gracias” Vamos a hacer una manifestación”

Los calmé ante lo inevitable. “Cada uno dio lo más que pudo y ya no hay nada que hacer aquí” “Es triste, pero es así.” “Vayamos a casa, tenemos que retomar nuestras vidas”

Nos abrazamos, lloramos, prometimos estar en contacto y vernos en otra ocasión. Uno a uno se fue encorvados por el cansancio, pero con el alma llena.

Agotados física y mentalmente. Hambrientos y humillados, pero con una sensación que hicimos algo importante.

Que a partir de ese momento éramos otras personas.La moraleja: ¡no pará! Falta el remate del cuento antes de terminar esta historia.

Me despido del lugar, hago media cuadra sobre Suipacha y veo en una playa de estacionamiento una enorme camioneta semi-escondida con un grupo de trabajadores conversando animadamente y riendo jocosamente.

Como la zona estaba acordonada y nadie podía entrar, me llamó la atención.

Me acerco y en el camión dice: Dirección General De Defensa Civil.Les pregunto que hacen allí? Estamos por el atentado! Todos limpitos, fresquitos, bien afeitados y bien descansados.
Habían llegado ese mismo día. Brillaron por su ausencia cuando se los necesitaba.
A pesar que la prensa publicó que “los equipos de bomberos y de defensa civil se esforzaban en retirar los escombros para tratar de salvar a las posibles víctimas todavía …”
Se mantuvieron a media cuadra solo para sacarse una foto para la prensa cuando todo había terminado.

El intendente en ese momento era Carlos Grosso, quien obviamente ni se molestó en visitar la zona para ver que podía aportar.

Publico esta historia, porque en ella hay muchos héroes desconocidos.

Gente que estaba en funciones y pudo darse por vencida pero siguió buscando.
Gente que estaba de paso y brindaron todo su esfuerzo y corazón sin que nadie les pida nada. 

Un gran reconocimiento a todos ellos.

Y también hubo villanos, como en toda historia.

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