Amada hija.
Leí cien veces tu último mail. Y me sentí confundida.
Es la primera vez que me reprochas algo. Recién ahora me doy cuenta que has dejado de ser una niña.
Toda una vida cuidando hasta el más mínimo detalle, que nada te haga daño… no me he dado cuenta que has crecido, que puedes ser independiente, que llegó la hora de aplicar todo lo que te enseñamos en casa.
Quisiera cuidarte por control remoto, pero has madurado, eres una persona responsable y debo confiar en ti.
Me va a costar mucho acostumbrarme a esta nueva situación, cada vez que pasaba al lado de tu cama se me hacía un nudo en el estómago. Desde ahora prometo hacerlo con una sonrisa.
Al fin y al cabo lo más me importa es tu felicidad y tu futuro.
Confío en ti, se que sabrás superar cada situación de la mejor manera, que sabrás cuidarte y que recordarás cada gesto o palabra que aprendiste en casa.
Es una felicidad saber que estás buscando tu camino a tu manera.
Mi sueño es que pase lo que pase seas feliz y cada día te acerques más a tus sueños.
Disculpa si te agobié con mis añoranzas, es una señal de que me estoy volviendo vieja, que me olvidé que cuando tenía tu edad sentía lo mismo que tu.
Te pido por favor, que me escribas mucho. Y que me envíes muchas fotos, hasta las más ridículas.
Quiero seguir tus progresos, alegrarme de tus alegrías y ser testigo de tu crecimiento.
Quisiera seguir escribiendo toda la noche, pero en pocas horas salgo a trabajar y no quiero agobiarte con tanta charla.
La abuela dice que te espera para mimarte y prepararte todo lo que a ti te gusta.
Un beso y un cariño con toda mi alma.
TE AMO, Mamá.