No puedo ir a la cama sin antes contarte cuán agradecido estoy de haber vivenciado este día.

Un día como todos, un día común, un día igual de especial al que nos espera mañana.

Mi gran pequeñez me hace consciente de la complejidad de nuestra mera existencia.

Solo pensar que para que podamos vivir un día más, el mundo todo puso en funcionamiento su maravillosa maquinaria.

Que todo el universo ha girado, que el sol salió y se puso. Que las estrellas iluminan la oscuridad. Que el sol está esperando su turno para aparecer nuevamente.

Que todos nuestros vecinos están durmiendo, descansando para recibir el nuevo día.

Que lo pájaros que han cantado incansablemente el día entero, también han callado para enfrentar el mañana.

Que nuestro organismo haya acompañado este proceso de modo tal que nos podamos preparar para recibir el nuevo día.

No hace falta viajar a la luna para apreciar el milagro de la vida. Alrededor nuestro ocurre una magia constante.

El susurro del viento que sopla las hojas, el rasguido de golpes que denotan trabajo, el vuelo de una mosca atrapada en la ventana.

Un papel que ha caído. El zumbido de la computadora en el silencio nocturno. Y el recuerdo de una mujer que sonrió agradecida por un gesto amable.

El sol que cada día calienta una faceta diferente de la tierra. La risa inocente de los niños del barrio que son un reflejo de nuestro futuro.

Las estaciones que pasan sin darnos cuenta.

Mi corazón se agranda a cada pensamiento y me emociona enfrentarme a un nuevo día.

Se que no vas a leer estas notas, que son prosaicas y simples.

Pero estoy ansioso por soñar contigo para contarte lo que hoy he sentido.

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