De pronto no comemos afuera, cocinamos en casa y disfrutamos.

Re-descubrimos cómo se hace queso rallado, el pan, el arroz con leche e inventamos comidas nuevas.

Nos dimos cuenta que podemos vivir normalmente sin comprar una prenda cada semana.

Comenzamos a relacionarnos mejor con nuestros hijos, a jugar con ellos y divertirnos más.

Aprendimos que hay amigos de fierro y amigos de mierda, que un extraño, se puede convertir en nuestro mejor amigo y que los vecinos no eran tan antipáticos como nos parecía.

Vimos que éramos más frágiles de lo que pensábamos y que para lograr las grandes cosas de la vida, necesitamos de todas “esas pequeñas cosas de la vida”

Mágicamente todos aquellos seres invisibles que hacen nuestra vida cotidiana más cómoda, más segura y más llevadera también tienen vida propia y son tan importantes como el que más.

Que el policía, el cartero, el cajero, el cadete, la enfermera, la señora de la limpieza, los muchachos que barren las calles y los soldados no sólo son necesarios sino imprescindibles… y aprendimos a mirarlos con simpatía y ser agradecidos.

Percibimos que para mucha gente que no nos conoce, somos importantes, simplemente porque son personas que aman al prójimo.

Nos topamos con actos de heroísmo que no esperábamos, cuando pensamos que todo estaba perdido, porque a pesar de todo hay muchos que tienen valores.

No se si nos fuimos 50 años atrás en todo con la aparición del coronavirus, pero sin duda aprendimos una buena lección, que muchas cosas no cambiaron y que cada uno de nosotros puede aportar para que este camino que se llama vida valga la pena y que lo que hagamos hoy sea una huella para los que vienen detrás nuestro.

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