Dicen que ahora, que no hay gente, los animales pululan por doquier.

No se cómo será en otros lados, pero en mi barrio ocurre exactamente lo contrario.

A diario escuchaba en canto y el gorjeo de los pájaros que le dan vida a mi barrio actual, Palermo.

El zorzal y la calandria que nos encantan con sus melodías de día y de noche. Twituituutitu…

Las palomas, las torcazas y las palomas de campo con su arrullo. Rruuuu… Rruuuu…

Los pocos gorriones que quedan. Twwi, trwi

El benteveo que viene de mañana y al atardecer, fuichfiooo… fuiichofiooo…

El hornero que se vuelve loco cuando para la lluvia y asoma el sol. quiquiquiquiquiiiiiiii.

Las cotorras catitas que pasan en bandada muy alto, ruidosas.

Apenas perceptibles entre los arbustos el mosquitero casi silencioso y el colibrí.

El infaltable chingolo, pequeño y copetudo, que cada vez se ve menos.

Canta al mediodía cruii cruí cruijuijuiiii chuichuichiiiii

Y uno que no logro distinguir que al anochecer se lamenta uhhhu-huuuu.

En fin, aparentemente estos pajaritos se acostumbraron a nuestra presencia y compartían con nosotros la rutina diaria.

Desde que comenzó la cuarentena, todos enmudecieron salvo el que se lamenta al anochecer.

El coronavirus no sólo nos afectó el humor. Nos quitó la alegría de los pájaros de nuestro vecindario.

Identificación? Perplejidad? Nostalgia? Sólo ellos lo saben.

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