En el momento que vi brillar tus ojos, te amé locamente.
Tu me enseñaste los caminos de amor vehemente.
Te creí y confié sin pensar en el abismo que se abría delante de mí.
Tu entrega infinita cegó mis sentidos, no tenía ojos sino para ti.
Aprendí a perder el miedo, rendirme a tus pies sin medir el peligro.
Perdí los prejuicios y me dejé llevar.
Cada día tocaba el cielo con mis manos.
Tus notas en la mesa me convencieron, que el paraíso es eterno.
Las caricias de tus miradas derrumbaron, una a tras otra, mis defensas.
Morí de pronto cuando sin despedida quedé, sin tus miradas, sin tus sonrisas.
Una brecha se abrió en mi pecho y se llenó.
De dolor, tristeza y oscuridad.
Hoy encontré una servilleta de papel arrugada en mi saco.
Del último café que compartimos. Y recordé.
Tus ojos, tus miradas y tus sonrisas que me acompañan día a día.
Sentí un nudo en la garganta y con la misma servilleta sequé mis lágrimas.
No se si es nostalgia, emoción o felicidad.
Sólo sé que, a pesar de todo, quedan buenos sentimientos.
Algunos simplemente lo llaman amor.