Mi primer amor: Amalia. 

Amalia Pordes

Ambos veinte años…

Te conocí cuando aún eras la novia de Víctor y desde el primer momento nos hicimos amigos.

Que alegría se veía en tus ojos cuando iba a visitarlos, todo era una fiesta.

Ha transcurrido más de un mes que comencé a contar nuestra historia.

El mismo día que empecé a escribir me entero al encontrar tu foto en la Asociación de Guías de Turismo de Israel,  que has muerto hace menos de dos años.

Amalia Pordes

 Algún día me enteraré porque has muerto tan jóven…

Hoy sigo contando como te conocí…

Después de varios meses que iba a visitarlos cada fin de semana libre:  Víctor tiene que regresar a Buenos Aires y me pide que te cuide mientras tanto.

A todo esto te mudaste del kibbutz a la Ciudad Universitaria en Romema, Haifa.

Víctor escribía poco, en realidad no entendí bien porque se fue, pero yo –  fiel amigo – cumplí al pie de la letra cuidar a su novia.

Te llevaba comida, me escapaba por las noches del ejército para visitarte (mi base estaba a unos 50 kms.)

Y charlabamos horas enteras, mientras me hacías café y fumábamos cigarrillos Time que conocí por vos ya que antes fumaba cigarrilos baratos: Noblesse, Ascot y cuando estaba para lujos:  Royal.  Pero Time costaba el doble y no era para mi bolsillo. Juntaba y vendía botellas de vacías para afrontar este tipo de “gastos”.

Al terminar mi visita ya se hacía las dos de la madrugada, la ruta desierta, ni un sólo coche pasaba para viajar a dedo.

Dormía en las banquinas a la vera del camino hasta las amanecía y me despertaba el tráfico, recién entonces podía regresar a la base generalmente en algún camión que paraba, quizás dormir una hora y desayunar como si hubiese dormido en la base. Todo sea para cumplir mi palabra.

Los Sábados libres me quedaba en tu cuarto compartido con tu compañera Sara de Turquía, dormía en suelo enrrollado sobre las frías baldosas.

Por las mañanas paseábamos por las laderas del Monte Carmelo, respirando el aire fresco de montaña y viendo a lo lejos el azul Mediterráneo.

Era muy feliz a tu lado, se generó entre nosotros una amistad profunda y sabías bien generar un ambiente de alegría a tu alrededor que me hacía sentir que soy la única persona en el mundo.  Cada gesto nuestro era sonrisas y calidez.

Con el tiempo noté que cada vez hablabas menos de tu novio, mi amigo Víctor. 

Evitabas el tema y en una oportunidad me pediste que no pregunte más sobre él.

Perplejo, supuse que había problemas y dejé de preguntar (pensé que en algún momento regresaría y yo le “devolvía” su novia bien cuidada tal cual lo había pedido)

Ese viernes por la noche estaba fresco y salimos a caminar. Conversando como siempre, sumidos en un mundo de respeto y afecto mutuo. Ni siquiera te tomaba de la mano para cruzar.

De pronto comenzó a llover copiosamente y corrimos a tomar refugio bajo las escaleras de un edificio.

Estaba incómodo estando a oscuras a tu lado, ambos jadeando, y encendía las luces de las escaleras que se apagaban cada tantos minutos.

Me fui dando cuenta que te veía mejor a oscuras, que no quería que la lluvia parase y que sea eterno ese momento a tu lado. Dejé de encender la luz.

No se si fue tu respiración, tu calor junto a mi, tu rostro ansioso, nos confundimos en un beso interminable. El resultado de una pasión reprimida por mucho tiempo se desató en ese momento, sin palabras, sin explicaciones.

Para mi fue el primer beso de amor, mi primer amor, la primera vez que sentía ese sentimiento, la primera vez que amaba y era amado.

Aquella pureza e inocencia me han guiado toda la vida.

Gracias Amalia por haberme enseñado a amar.

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